sábado, 8 de agosto de 2015

A la brisa del ocaso, por Walt Whitman


Ah, susurrante, algo de nuevo, invisible, 
Donde al final de este día bochornoso entras por mi ventana, puerta, 
Tú, lo bañas, lo templas todo, lo refrescas, das una tenue vitalidad, 
A mí, viejo, solitario, enfermo, debilitado, deshecho- agotado por el sudor, 
Tú, rejuvenecida, me estrechas firmememente pero con ternura, 
Mejor compañera que la conversación, que los libros, que el arte, 
(Tú, que posees, ¡Oh, la naturaleza! ¡Elementos! que enuncian a mi corazón más allá del descanso - y éste proviene de ellos) 
Es tan dulce tu primitivo sabor respirar en mi interior, 
Tus dedos consoladores en mi rostro y en mis manos, 
Tú, mensajera, traes algo extraño, mágico a mi cuerpo y a mi espíritu, 
(Las distancias son vencidas- ocultas medicinas me penetran de los pies a la cabeza) 
Siento el firmamento, las vastas praderas. 
Siento los grandes lagos del Norte, 
Siento el océano y el bosque, de alguna manera siento el globo mismo, 
Deslizándose veloz en el espacio; 
Tú, soplas a través de labios tan amados, ya desaparecidos, quizá desde la abundancia infinita enviada por Dios. 
(Porque eres espiritual, divina, la mayoría de todo aquello conocido a mis sentidos) 
Emisario que pronuncias para mi, aquí y ahora, lo que ninguna palabra ha dicho ni puede decir. 
¿No eres tú la destilación concreta de lo Universal? 
¿El último refinamiento de toda la Astronomía, de la Ley? 
¿No tienes un alma? ¿No puedo conocerte, identificarte? 

Walt Whitman