Ah, susurrante, algo de nuevo,
invisible,
Donde al final de este día bochornoso entras por mi ventana, puerta,
Tú, lo bañas, lo templas todo, lo refrescas, das una tenue vitalidad,
A mí,
viejo, solitario, enfermo, debilitado, deshecho- agotado por el sudor,
Tú,
rejuvenecida, me estrechas firmememente pero con ternura,
Mejor compañera que
la conversación, que los libros, que el arte,
(Tú, que posees, ¡Oh, la
naturaleza! ¡Elementos! que enuncian a mi corazón más allá del descanso - y éste
proviene de ellos)
Es tan dulce tu primitivo sabor respirar en mi interior,
Tus dedos
consoladores en mi rostro y en mis manos,
Tú, mensajera, traes algo extraño,
mágico a mi cuerpo y a mi espíritu,
(Las distancias son vencidas- ocultas
medicinas me penetran de los pies a la cabeza)
Siento el firmamento, las
vastas praderas.
Siento los grandes lagos del Norte,
Siento el océano y el
bosque, de alguna manera siento el globo mismo,
Deslizándose veloz en el
espacio;
Tú, soplas a través de labios tan amados, ya desaparecidos, quizá
desde la abundancia infinita enviada por Dios.
(Porque eres espiritual, divina,
la mayoría de todo aquello conocido a mis sentidos)
Emisario que pronuncias
para mi, aquí y ahora, lo que ninguna palabra ha dicho ni puede decir.
¿No eres
tú la destilación concreta de lo Universal?
¿El último refinamiento de toda la
Astronomía, de la Ley?
¿No tienes un alma? ¿No puedo conocerte,
identificarte?
Walt Whitman
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